
Inauguramos una nueva sección en este blog, para brindar un mejor servicio informativo y analítico a los 2 y medio lectores de este espacio: El Frasedromo.
Consiste en una pequeña recopilación de algunas frases o párrafos que, en lo personal, considero importantes, o por lo menos interesantes, de las variadas columnas que escriben los diferentes analistas y críticos de la prensa nacional. Intento dejar al lado cualquier filia o fobia política e ideológica (asunto díficil, porque a final de cuentas, siempre habrá palabras de algunos cerebros a las que les daré preferencia) y así como podría caber una idea de un Fernández Menéndez, también alguna otra de un Julio Hernández. Nota: no todas las columnas cabrán en este espacio, porque no leo todas las columnas que se escriben a diario en los periódicos del país. Unas no las leo por falta de tiempo y otras, porque de plano las considero pura pérdida de tiempo. Pero en fin, veamos como resulta esto y a ver si no me gana la hueva y queda en el intento. Bienvenidos, pues:
Consiste en una pequeña recopilación de algunas frases o párrafos que, en lo personal, considero importantes, o por lo menos interesantes, de las variadas columnas que escriben los diferentes analistas y críticos de la prensa nacional. Intento dejar al lado cualquier filia o fobia política e ideológica (asunto díficil, porque a final de cuentas, siempre habrá palabras de algunos cerebros a las que les daré preferencia) y así como podría caber una idea de un Fernández Menéndez, también alguna otra de un Julio Hernández. Nota: no todas las columnas cabrán en este espacio, porque no leo todas las columnas que se escriben a diario en los periódicos del país. Unas no las leo por falta de tiempo y otras, porque de plano las considero pura pérdida de tiempo. Pero en fin, veamos como resulta esto y a ver si no me gana la hueva y queda en el intento. Bienvenidos, pues:
Curiosa nuestra democratización, digna del país surrealista que somos; varios de los líderes de ese proceso terminan repudiados por buena parte de sus partidarios. Fox queda mal con muchos de sus votantes y aliados por claudicar de la democracia e incumplir la promesa de tratar de conciliar la política con la ética. Cárdenas abandonó al candidato perredista que pudo haber ganado la presidencia (lo que en ese partido no se da en mata). Y Ernesto Zedillo es tildado por sus correligionarios de auténtico traidor, aunque por razones distintas: haber allanado desde el poder el terreno a la democracia electoral y la alternancia. Vaya paradojas.
Jose Antonio Crespo, (Excelsior).
Jose Antonio Crespo, (Excelsior).
El bloqueo, por más que Bush se empeñe en llamarlo “el chivo expiatorio de las miserias cubanas”, ha causado, durante todo este tiempo, un sufrimiento inútil y abusivo a ese pueblo, y ha impedido además que muchas empresas estadunidenses obtengan ganancias legítimas.Por lo demás, la solicitud de recursos económicos que Bush hizo a la comunidad internacional para crear el llamado “fondo de libertad” no sólo es ilegal e injerencista, sino que también denota gran vulgaridad, porque trata de corromper a la sociedad cubana con promesas de ayuda financiera para que derroque al gobierno, y porque busca medrar con el traspaso provisional del poder en Cuba y con el alejamiento de Fidel Castro de las responsabilidades oficiales.
Editorial. (La Jornada)
Editorial. (La Jornada)
¿Cuando Vicente Fox habla de los beneficios de elegir una mujer en la Presidencia de México no estará hablando de su esposa; cuando habla de ir en contra de una cultura en la cual un ex presidente no puede participar en la política o cuando dice que está trabajando para el futuro, no se está refiriendo a una posible aspiración política de Marta Sahagún? Jorge Fernández Menéndez (Excelsior)
Serrat y Sabina en un ejercicio de resurrección, reencarnación y supervivencia, a través de una certeza que no se ve en la real politik naconal: el humor salva. Por eso, si lo que quieren es vivir cien años, los amalichuchos del Sol Azteca van a tener que hacer músculos de cinco a seis, vacunarse contra el azar y tomar pastillas para no soñar. Porque así, entregados al melodrama ranchero de índole chachalequesca, señalando llorosos hacia Fernández Noroña como fuente única de todos sus males, parece que les falló la acupuntura y ahora parecen su caricatura. Es tiempo de que digan, “oiga doctor, devuélvanos nuestra rebeldía, que llevamos cinco meses sin una erección”.
Jairo Calixto (Milenio)
Jairo Calixto (Milenio)
Y, mientras Gerardo Fernández Noroña ha regalado a Nueva Izquierda una inmejorable oportunidad, plenamente aprovechada, de colocar el tema del reconocimiento a Felipe Calderón en segundo término, para centrarlo en el tema del tono de las acusaciones hechas a Ruth Zavaleta, ¡hasta mañana, con los argentinos virtualmente con presidenta electa!
Julio Hernández López (La jornada)
Julio Hernández López (La jornada)
Lo único claro es que Fox, con su insólito y desbocado comportamiento, le está elevando a Felipe Calderón el costo político de preservar la impunidad de la familia Fox-Sahagún-Bribiesca. Lo que Felipe ganaría llamando a cuentas a esa familia, lo perderá no haciéndolo.
José Antonio Crespo (Excelsior)
José Antonio Crespo (Excelsior)
La revista Nacional Geographic publicó en su edición de octubre un reportaje que ha conmovido a la opinión pública. El cambio climático es más acelerado de lo que se había considerado hasta ahora. En la mayor parte del hemisferio norte la temperatura promedio ha ascendido alrededor de 3 grados centígrados en los últimos 30 años, tres veces más de lo que hasta ahora se creía. En México el incremento promedio varía entre 1.5 y 2 grados. Lo peor no es el promedio sino las severas variaciones a lo largo del año. Las oleadas de calor son más intensas, pero también las heladas ocasionales. En conjunto, se está haciendo trizas el ecosistema bajo el cual los seres humanos han vivido durante miles de años.
Joerge Zepeda Patterson, (el Universal)
(La última columna de Lorenzo Meyer, al igual que la de Marcelino Perelló, van completas. Las consider bastante completas e interesantes como para rescatar solo una frase o un párrafo de todo su análisis.)
“Fox es sólo un caso particularmente notorio de una enfermedad tan común como dañina”.
Intento de Explicación. El ex presidente de México, Vicente Fox, pareciera empeñado en permanecer en el ojo del huracán de eso que puede llamarse la “pequeña política” mexicana, una actividad que poco o nada tiene que ver con la grandeza del ejercicio del poder y sí mucho –todo- con sus miserias. Vale pues la pena tomar ese caso para discutir un problema mayor: la enfermedad profesional del político. La distorsión de la personalidad como resultado del ejercicio del poder y que, finalmente, daña no sólo a quien la padece –eso es lo de menos- sino a la sociedad toda. El intento por explicar la conducta del ex presidente, así como la reacción que han suscitado, puede tomar varios caminos. Un columnista de The New York Times, David Brooks, sugiere adentrarnos en el “Yo-ismo”. El término no es elegante, pero sí adecuado ya que el “Yo” es un concepto al que Sigmund Freud y la psiquiatría le han sacado mucho provecho como ego, súper ego e id.El Mal. Lo que el escritor norteamericano Scott Fitzgerald señaló en relación a los ricos –“no son como nosotros”- se puede decir también de los políticos. Los profesionales de la política son esa minoría que ha hecho de la adquisición, ejercicio y retención del poder público su razón de ser, y que en ese empeño tienden a transformarse cuantitativa y cualitativamente al punto que terminan por ya no ser “como nosotros”, la mayoría. En algunos casos, esa diferencia es muy positiva –por ejemplo, Mahatma Ghandi o Nelson Mandela, para sólo citar ejemplos del inicio y del fin del siglo XX-, pero lo que abundan son los casos dañinos e incluso catastróficos para millones, como bien lo demostró Hitler o Stalin.En términos generales, al inicio de su carrera, el político profesional puede ser o parecer una persona normal, pero la esencia de su actividad (o vocación) es un elemento muy peligroso que tiende a provocar su cambio pues, como lo advierte Brooks, la política es una profesión altamente contaminante. Y es que los profesionales de esa actividad se enfrentan sistemáticamente a un conjunto de factores muy fuertes que de manera directa o indirecta, tienden a crear o acentuar los elementos negativos de su personalidad: egoísmo, inseguridad, orgullo, envidia, sadismo, ansia de dominio, de acumulación de bienes materiales, etc. Ese cambio fácilmente puede alcanzar niveles patológicos. Una posición de poder en personalidades con esas deficiencias –¿y quién no las tiene en alguna medida?- juega el mismo papel que los nutrientes de un caldo de cultivo en las bacterias: sirve como disparador de un crecimiento rápido, anormal, de ciertos rasgos de personalidad.En el Viejo Sistema. En México, como en muchas otras partes, el político se tiene que someter a un proceso que erosiona o de plano destruye ciertas conductas y alienta otras que lo alejan de los patrones de normalidad. En el viejo régimen priista, por ejemplo, el político que ingresaba al Partido de Estado tenía que aceptar el sometimiento total a la voluntad del superior, ya que dejar el partido o ir a la Oposición era el “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” (César Garizurieta). Si el Jefe del Ejecutivo decía que había que ir a la izquierda (Cárdenas) pues allá iba; si decía que se debía marchar por la derecha (Alemán), por ahí marchaba. Si el presidente decía que los bancos debían ser nacionalizados (López Portillo) pues se le apoya por patriotismo; y si luego decía que se tenía que privatizar (Salinas), también se le apoyaba, por patriotismo. La contradicción era una forma de sobrevivir.El viejo sistema exigía no tener lealtad a ningún conjunto fijo de políticas o valores y nunca poner en duda la visión del presidente en turno. Esta sumisión extrema no era la única manera de triunfar, pero sin ella nadie llegaba a una secretaría de Estado, gubernatura, diputación, senaduría, empresa paraestatal, Suprema Corte, etc. Cada seis años un giro de la suerte ponía en la Presidencia u otro puesto de mando a uno de los miles de sumisos disponibles. Entonces, su biografía de humillaciones pasadas era hecha a un lado y, ahora, para compensar, infligía humillaciones sin cuento a sus colaboradores e, indirectamente, a toda la sociedad. El resultado fue un sistema político dominado por personalidades como las de Luis Echeverría que de subordinado extremo se transformó en un megalómano que sólo la bancarrota de la balanza de pagos pudo detener, aunque no antes de que sumiera al país en una crisis política y económica.En el Nuevo Sistema. A diferencia de quienes le antecedieron –de Calles a Zedillo-, Vicente Fox no ganó la Presidencia por haberse subordinado y humillado ante el poder, ni tampoco por haberse sometido a la voluntad de la oligarquía que dirigía su partido –Diego Fernández de Cevallos, et. al. Las influencias destructivas vinieron de otro lado, de uno inherente a la democracia política moderna.En primer lugar, en el nuevo sistema el precandidato debe destruir públicamente la imagen de aquellos que, dentro de su propio partido, le disputan el puesto. Luego, ya en la campaña, debe proceder a destruir la imagen pública de los contendientes. En este proceso todo el discurso del candidato se centra en el “Yo” de manera abierta, incluso obscena. En efecto, la campaña obliga a dar rienda suelta a algo que el individuo normal debe reprimir, si no por convicción, por elegancia: el auto elogio. El candidato tiende a decir a voz en cuello y a todas horas, “yo soy el mejor, el único”. Aquí se debe contravenir el principio evangélico “que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” pues la humildad resulta un pecado capital y alienta a hilvanar un rosario interminable de yo-ismos: “yo he dicho”, “cuando yo fui gobernador, yo hice…”, “cuando yo fui responsable de la empresa, su eficiencia fue mayor que nunca”, “con mi conducta yo he demostrado que…”, “cuando yo llegue, yo haré lo que otros no han podido, por corruptos o por cretinos”. Es indispensable atacar al adversario sin respeto, sin apego a la verdad: “ese otro es un peligro para México”, “ese otro es un mandilón”, “ese otro es un deshonesto”, “ese otro es un inepto además de corrupto”, etc.Durante la campaña y ya en el poder, el político exitoso de antes pero también el de ahora, tiende a ver a los otros como simples medios, no fines, en función de que tan útiles le son como instrumentos, “para que me sirven”. Si el Gobierno anterior fue de otro partido o régimen, como efectivamente fue el caso con Fox, entonces hay que recordar constantemente que “yo estoy haciendo lo que por años los otros no pudieron o quisieron”. La estrategia de este tipo de político –y esto fue particularmente cierto en el caso de Fox- se centró en presentar la mejor imagen “de mi”.En el caso de Fox, a diferencia de otros sistemas, la reelección no era posible. Ello le llevó a un punto culminante del “Yo-ismo”: trasladar su imagen positiva a su “otro yo”, Marta Sahagún. Gracias a los manejadores de imagen, hasta los errores se convirtieron en aciertos y según su ex vocero, Rubén Aguilar, el grueso de las declaraciones absurdas del entonces presidente, fueron celebradas y presentadas como aciertos. Fox, según confesión propia y siguiendo la costumbre de un antecesor priista, Carlos Salinas, ni leía ni oía a los críticos y sólo se concentró en los que reforzaban su imagen positiva. Al final, sus acciones para impedir el triunfo electoral de la izquierda, calificadas de impropias por el Tribunal Electoral del Poder Judicial, le fueron celebradas por todos los poderes fácticos –los dueños económicos del país- y Fox se vio a sí mismo no sólo como el verdadero arquitecto de la victoria de su sucesor sino el salvador del país.El Resultado. Sólo personalidades fuertes, una minoría de políticos, logran sobreponerse a los efectos corrosivos de su profesión y conservar o recobrar su humanidad. No fue ése, desde luego, el caso de Fox. Tampoco es difícil entender que tras años de “Yo-ismo” ahora le sea imposible dejar el centro del escenario o que no le parezca mal que en un país de pobres el ex servidor público viva conforme lo demanda su “Yo”, en la opulencia, y le tenga sin cuidado la oportunidad histórica que desperdició: el no haber podido ser el símbolo de una nueva moral y de una nueva sensibilidad en un México muy dañado por su clase política, lograr que una población centenariamente descreída de sus gobernantes y de la autoridad se identificara finalmente con el nuevo régimen. En fin, la enfermedad profesional de los políticos hizo presa en grado agudo del ex presidente Fox y todos hemos salido muy afectados.
Intento de Explicación. El ex presidente de México, Vicente Fox, pareciera empeñado en permanecer en el ojo del huracán de eso que puede llamarse la “pequeña política” mexicana, una actividad que poco o nada tiene que ver con la grandeza del ejercicio del poder y sí mucho –todo- con sus miserias. Vale pues la pena tomar ese caso para discutir un problema mayor: la enfermedad profesional del político. La distorsión de la personalidad como resultado del ejercicio del poder y que, finalmente, daña no sólo a quien la padece –eso es lo de menos- sino a la sociedad toda. El intento por explicar la conducta del ex presidente, así como la reacción que han suscitado, puede tomar varios caminos. Un columnista de The New York Times, David Brooks, sugiere adentrarnos en el “Yo-ismo”. El término no es elegante, pero sí adecuado ya que el “Yo” es un concepto al que Sigmund Freud y la psiquiatría le han sacado mucho provecho como ego, súper ego e id.El Mal. Lo que el escritor norteamericano Scott Fitzgerald señaló en relación a los ricos –“no son como nosotros”- se puede decir también de los políticos. Los profesionales de la política son esa minoría que ha hecho de la adquisición, ejercicio y retención del poder público su razón de ser, y que en ese empeño tienden a transformarse cuantitativa y cualitativamente al punto que terminan por ya no ser “como nosotros”, la mayoría. En algunos casos, esa diferencia es muy positiva –por ejemplo, Mahatma Ghandi o Nelson Mandela, para sólo citar ejemplos del inicio y del fin del siglo XX-, pero lo que abundan son los casos dañinos e incluso catastróficos para millones, como bien lo demostró Hitler o Stalin.En términos generales, al inicio de su carrera, el político profesional puede ser o parecer una persona normal, pero la esencia de su actividad (o vocación) es un elemento muy peligroso que tiende a provocar su cambio pues, como lo advierte Brooks, la política es una profesión altamente contaminante. Y es que los profesionales de esa actividad se enfrentan sistemáticamente a un conjunto de factores muy fuertes que de manera directa o indirecta, tienden a crear o acentuar los elementos negativos de su personalidad: egoísmo, inseguridad, orgullo, envidia, sadismo, ansia de dominio, de acumulación de bienes materiales, etc. Ese cambio fácilmente puede alcanzar niveles patológicos. Una posición de poder en personalidades con esas deficiencias –¿y quién no las tiene en alguna medida?- juega el mismo papel que los nutrientes de un caldo de cultivo en las bacterias: sirve como disparador de un crecimiento rápido, anormal, de ciertos rasgos de personalidad.En el Viejo Sistema. En México, como en muchas otras partes, el político se tiene que someter a un proceso que erosiona o de plano destruye ciertas conductas y alienta otras que lo alejan de los patrones de normalidad. En el viejo régimen priista, por ejemplo, el político que ingresaba al Partido de Estado tenía que aceptar el sometimiento total a la voluntad del superior, ya que dejar el partido o ir a la Oposición era el “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” (César Garizurieta). Si el Jefe del Ejecutivo decía que había que ir a la izquierda (Cárdenas) pues allá iba; si decía que se debía marchar por la derecha (Alemán), por ahí marchaba. Si el presidente decía que los bancos debían ser nacionalizados (López Portillo) pues se le apoya por patriotismo; y si luego decía que se tenía que privatizar (Salinas), también se le apoyaba, por patriotismo. La contradicción era una forma de sobrevivir.El viejo sistema exigía no tener lealtad a ningún conjunto fijo de políticas o valores y nunca poner en duda la visión del presidente en turno. Esta sumisión extrema no era la única manera de triunfar, pero sin ella nadie llegaba a una secretaría de Estado, gubernatura, diputación, senaduría, empresa paraestatal, Suprema Corte, etc. Cada seis años un giro de la suerte ponía en la Presidencia u otro puesto de mando a uno de los miles de sumisos disponibles. Entonces, su biografía de humillaciones pasadas era hecha a un lado y, ahora, para compensar, infligía humillaciones sin cuento a sus colaboradores e, indirectamente, a toda la sociedad. El resultado fue un sistema político dominado por personalidades como las de Luis Echeverría que de subordinado extremo se transformó en un megalómano que sólo la bancarrota de la balanza de pagos pudo detener, aunque no antes de que sumiera al país en una crisis política y económica.En el Nuevo Sistema. A diferencia de quienes le antecedieron –de Calles a Zedillo-, Vicente Fox no ganó la Presidencia por haberse subordinado y humillado ante el poder, ni tampoco por haberse sometido a la voluntad de la oligarquía que dirigía su partido –Diego Fernández de Cevallos, et. al. Las influencias destructivas vinieron de otro lado, de uno inherente a la democracia política moderna.En primer lugar, en el nuevo sistema el precandidato debe destruir públicamente la imagen de aquellos que, dentro de su propio partido, le disputan el puesto. Luego, ya en la campaña, debe proceder a destruir la imagen pública de los contendientes. En este proceso todo el discurso del candidato se centra en el “Yo” de manera abierta, incluso obscena. En efecto, la campaña obliga a dar rienda suelta a algo que el individuo normal debe reprimir, si no por convicción, por elegancia: el auto elogio. El candidato tiende a decir a voz en cuello y a todas horas, “yo soy el mejor, el único”. Aquí se debe contravenir el principio evangélico “que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” pues la humildad resulta un pecado capital y alienta a hilvanar un rosario interminable de yo-ismos: “yo he dicho”, “cuando yo fui gobernador, yo hice…”, “cuando yo fui responsable de la empresa, su eficiencia fue mayor que nunca”, “con mi conducta yo he demostrado que…”, “cuando yo llegue, yo haré lo que otros no han podido, por corruptos o por cretinos”. Es indispensable atacar al adversario sin respeto, sin apego a la verdad: “ese otro es un peligro para México”, “ese otro es un mandilón”, “ese otro es un deshonesto”, “ese otro es un inepto además de corrupto”, etc.Durante la campaña y ya en el poder, el político exitoso de antes pero también el de ahora, tiende a ver a los otros como simples medios, no fines, en función de que tan útiles le son como instrumentos, “para que me sirven”. Si el Gobierno anterior fue de otro partido o régimen, como efectivamente fue el caso con Fox, entonces hay que recordar constantemente que “yo estoy haciendo lo que por años los otros no pudieron o quisieron”. La estrategia de este tipo de político –y esto fue particularmente cierto en el caso de Fox- se centró en presentar la mejor imagen “de mi”.En el caso de Fox, a diferencia de otros sistemas, la reelección no era posible. Ello le llevó a un punto culminante del “Yo-ismo”: trasladar su imagen positiva a su “otro yo”, Marta Sahagún. Gracias a los manejadores de imagen, hasta los errores se convirtieron en aciertos y según su ex vocero, Rubén Aguilar, el grueso de las declaraciones absurdas del entonces presidente, fueron celebradas y presentadas como aciertos. Fox, según confesión propia y siguiendo la costumbre de un antecesor priista, Carlos Salinas, ni leía ni oía a los críticos y sólo se concentró en los que reforzaban su imagen positiva. Al final, sus acciones para impedir el triunfo electoral de la izquierda, calificadas de impropias por el Tribunal Electoral del Poder Judicial, le fueron celebradas por todos los poderes fácticos –los dueños económicos del país- y Fox se vio a sí mismo no sólo como el verdadero arquitecto de la victoria de su sucesor sino el salvador del país.El Resultado. Sólo personalidades fuertes, una minoría de políticos, logran sobreponerse a los efectos corrosivos de su profesión y conservar o recobrar su humanidad. No fue ése, desde luego, el caso de Fox. Tampoco es difícil entender que tras años de “Yo-ismo” ahora le sea imposible dejar el centro del escenario o que no le parezca mal que en un país de pobres el ex servidor público viva conforme lo demanda su “Yo”, en la opulencia, y le tenga sin cuidado la oportunidad histórica que desperdició: el no haber podido ser el símbolo de una nueva moral y de una nueva sensibilidad en un México muy dañado por su clase política, lograr que una población centenariamente descreída de sus gobernantes y de la autoridad se identificara finalmente con el nuevo régimen. En fin, la enfermedad profesional de los políticos hizo presa en grado agudo del ex presidente Fox y todos hemos salido muy afectados.
Lorenzo Meyer, (Reforma)
Mientras ellos se ríen
Probablemente usted conoce, entretenido lector, una serie gringa que se llama Reba. A menos que sea usted de los privilegiados antipáticos que no poseen ni Cable ni Sky ni ninguno de los agentes contaminantes esos. En todo caso, no hace ninguna falta que la conozca usted. Yo le cuento lo único interesante que se pudiese extraer de ahí.
La tal Reba es una más de esas propuestas que quieren ser divertidas y nos quieren convencer de que la clase media gringa es unánimemente feliz y chacotera. Pertenece al género “wisdom, welfare & laught”, del que hay innumerables. Una tras otra: Friends, The nanny... Qué sé yo. Frazer y Malcolm, que le gustan a un par de chavas muy cercanas y muy inteligentes a quienes no voy a balconear aquí. En fin.
Divertidas luego sí han de ser. No lo niego. Sobre todo si se deja uno atrapar, entra en el juego, acepta el código y se familiariza con sus personajes, acaba uno riéndose de las más bastas gracejadas. A lo mejor ese es el papel de la televisión: entretener. Es decir, distraer. Es decir, anular la atención. En el mismo sentido en el que los ejércitos hacían (¿hacen?) maniobras de “diversión” para tomarle el pelo al enemigo. Quién quita y ese es todo el chiste: que nos tomen el pelo.
Eso no estaría tan mal. Hasta resultaría aceptable. De los males, el menos. Lo que sucede es que, junto al enterteinment, por debajo de él, se cuela una carga masiva de ideología y de puntos de vista moralinos acerca de lo que la middle class debe pensar, creer y querer. Ideología que resulta, por su carácter indirecto e insidioso, realmente muy difícil de identificar, localizar y combatir.
El caso es que Reba es igual a todas las demás y eso no le ha de impedir que haya millones y millones de simpsons, dentro y fuera de Estados Unidos, que disfrutan de sus banalidades. Pasa, creo, en el canal de Sony, aunque a lo mejor es en el de Fox. Este último como que le queda mejor, pero no me haga mucho caso. Ni siquiera un teleadicto como el que yo soy (fui) puede estar al corriente de tanta vaciedad. Vaciedad no vaciada.
Pues bien, en uno de sus episodios recientes, una de las parejas protagonistas de la serie tiene problemas conyugales. En vista de lo cual deciden recurrir a uno de esos consejeros matrimoniales, tan en boga en esa clase media de allende el Bravo de la que hablo más arriba y tan de acuerdo con esa ideología que acarrea y de la que también hablo.
El consejero en cuestión va, pues, a casa de los rijosos, con el fin de que se entiendan y acaben por hacer las paces. Que vuelvan a ser la pareja feliz que deben ser para que la serie funcione, instalada en su confort y en su inofensivo juego de sarcasmos. Happy end, sin duda. Pero también happy beginning y happy stretch.
El profesional en cuestión empieza enseguida a hacer preguntas y a dar consejos, cada uno más descabellado que el anterior, ante la pareja atónita que no acaba de entender qué les están diciendo y, por supuesto, ante las consabidas risas grabadas.
En un momento dado, cuando finalmente, después de una retahíla inacabable de insensateces supuestamente chistosas, a uno de los dos pacientes —ella, por supuesto— le cae el veinte de que el tipo es un hablador incompetente. Entonces, le pregunta: “Disculpe usted, doctor, pero tengo curiosidad por saber en qué universidad obtuvo usted su título de sicólogo”. A lo cual, el individuo, un poco avergonzado, les contesta: “En la Universidad de México”. Sic. Con el consiguiente asombro mayúsculo del matrimonio boquiabierto y con cejas alzadas hasta el nacimiento del pelo. Acompañado, evidentemente, de la catarata incontenible de carcajadas.
Yo no sé si el nuevo e inminente rector de la UNAM ve Reba y si acaso vio el episodio en cuestión. Sospecho que, como la mitad de ellos, muy doctorados acá, sí la han de ver. A veces, concedamos. Un poco en secreto. Tampoco es cosa de andar ventilando debilidades íntimas. Y me pregunto, si lo vieron, qué conclusiones sacaron, si se enojaron y/o se preocuparon.
Probablemente usted conoce, entretenido lector, una serie gringa que se llama Reba. A menos que sea usted de los privilegiados antipáticos que no poseen ni Cable ni Sky ni ninguno de los agentes contaminantes esos. En todo caso, no hace ninguna falta que la conozca usted. Yo le cuento lo único interesante que se pudiese extraer de ahí.
La tal Reba es una más de esas propuestas que quieren ser divertidas y nos quieren convencer de que la clase media gringa es unánimemente feliz y chacotera. Pertenece al género “wisdom, welfare & laught”, del que hay innumerables. Una tras otra: Friends, The nanny... Qué sé yo. Frazer y Malcolm, que le gustan a un par de chavas muy cercanas y muy inteligentes a quienes no voy a balconear aquí. En fin.
Divertidas luego sí han de ser. No lo niego. Sobre todo si se deja uno atrapar, entra en el juego, acepta el código y se familiariza con sus personajes, acaba uno riéndose de las más bastas gracejadas. A lo mejor ese es el papel de la televisión: entretener. Es decir, distraer. Es decir, anular la atención. En el mismo sentido en el que los ejércitos hacían (¿hacen?) maniobras de “diversión” para tomarle el pelo al enemigo. Quién quita y ese es todo el chiste: que nos tomen el pelo.
Eso no estaría tan mal. Hasta resultaría aceptable. De los males, el menos. Lo que sucede es que, junto al enterteinment, por debajo de él, se cuela una carga masiva de ideología y de puntos de vista moralinos acerca de lo que la middle class debe pensar, creer y querer. Ideología que resulta, por su carácter indirecto e insidioso, realmente muy difícil de identificar, localizar y combatir.
El caso es que Reba es igual a todas las demás y eso no le ha de impedir que haya millones y millones de simpsons, dentro y fuera de Estados Unidos, que disfrutan de sus banalidades. Pasa, creo, en el canal de Sony, aunque a lo mejor es en el de Fox. Este último como que le queda mejor, pero no me haga mucho caso. Ni siquiera un teleadicto como el que yo soy (fui) puede estar al corriente de tanta vaciedad. Vaciedad no vaciada.
Pues bien, en uno de sus episodios recientes, una de las parejas protagonistas de la serie tiene problemas conyugales. En vista de lo cual deciden recurrir a uno de esos consejeros matrimoniales, tan en boga en esa clase media de allende el Bravo de la que hablo más arriba y tan de acuerdo con esa ideología que acarrea y de la que también hablo.
El consejero en cuestión va, pues, a casa de los rijosos, con el fin de que se entiendan y acaben por hacer las paces. Que vuelvan a ser la pareja feliz que deben ser para que la serie funcione, instalada en su confort y en su inofensivo juego de sarcasmos. Happy end, sin duda. Pero también happy beginning y happy stretch.
El profesional en cuestión empieza enseguida a hacer preguntas y a dar consejos, cada uno más descabellado que el anterior, ante la pareja atónita que no acaba de entender qué les están diciendo y, por supuesto, ante las consabidas risas grabadas.
En un momento dado, cuando finalmente, después de una retahíla inacabable de insensateces supuestamente chistosas, a uno de los dos pacientes —ella, por supuesto— le cae el veinte de que el tipo es un hablador incompetente. Entonces, le pregunta: “Disculpe usted, doctor, pero tengo curiosidad por saber en qué universidad obtuvo usted su título de sicólogo”. A lo cual, el individuo, un poco avergonzado, les contesta: “En la Universidad de México”. Sic. Con el consiguiente asombro mayúsculo del matrimonio boquiabierto y con cejas alzadas hasta el nacimiento del pelo. Acompañado, evidentemente, de la catarata incontenible de carcajadas.
Yo no sé si el nuevo e inminente rector de la UNAM ve Reba y si acaso vio el episodio en cuestión. Sospecho que, como la mitad de ellos, muy doctorados acá, sí la han de ver. A veces, concedamos. Un poco en secreto. Tampoco es cosa de andar ventilando debilidades íntimas. Y me pregunto, si lo vieron, qué conclusiones sacaron, si se enojaron y/o se preocuparon.
Marcelino Perelló, (Excelsior)

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