lunes, 3 de febrero de 2020

lunes, 27 de enero de 2020

Marxismo

Dicen que #SantaClaus es el alter ego de Karl Marx. #Marxismo

Fascismo

El fascismo, la intolerancia y el fanatismo no aguantan la risa.

Zapata Gay

Dicen que muchos de los que protestaron, muy ofendidos, por el #ZapataGay, fueron a ver la obra en Bellas Artes y les terminó gustando.

Las benditas redes sociales.

Quién esté libre de pecado, que "postié" la primera rabieta . #LaCienciaDeLoInútil

domingo, 25 de agosto de 2019

Spy vs. Spy



En el último número de la revista #ElChamuco, se hizo un homenaje a #MAD; mi colaboración fue también un homenaje a la trascendente historieta #SpyvsSpy.
Con perdón de los maestros Antonio Prohías y Peter Kuper.

jueves, 15 de agosto de 2019

#DepresionesalPsiquiatra





 #DepresionesalPsiquiatra El hashtag ya pasó de moda, pero me gustó como para una serie de chistes sobre psicólogos, neuróticos y psicopatologías. #LaCienciaDeLoInútil.




lunes, 12 de agosto de 2019

Arlequín.




Estos dibujos fueron una propuesta para ilustrar una columna publicada en la página web de El Universal. Todo indicaba que iban a comenzar a publicarse; pero nos cayó encima la austeridad republicana, hubo recorte de presupuesto en el diario y la propuesta se fue al limbo.



lunes, 1 de julio de 2019

Un poco de inspiración

                                          #LaCienciaDeLoInútil

Unos apuntes sobre el humor en estos tiempos de confusión.

¿Qué pasa cuando uno de los periódicos más influyentes del mundo decide dejar de publicar caricatura política, qué, dicho sea de paso, por su aguda naturaleza, representa una de las partes más filosas de la punta de lanza de la libertad de expresión?

"…Y la risa sería el nuevo arte, 
ignorado incluso por Prometeo, 
capaz de aniquilar el miedo.”

Umberto Eco (El nombre de la rosa).



El pasado abril, en las páginas editoriales de la edición internacional de The New York Times, se publicó una caricatura, obra del monero portugués Antonio Moreira Antunes, donde aparece Donald Trump satirizado como un judío ciego que es guiado por un perro salchicha con el rostro del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. El cartón es chistoso y bastante certero, pero la comunidad judía y muchos lectores del NYT no lo vieron así. Pusieron el grito en el cielo y acusaron de antisemitismo a la publicación. 

Días después el periódico publicó una disculpa al mismo tiempo que terminaba relaciones laborales con los sindicatos de caricaturistas con los que laboraba y anunciaba que a partir del 1 de julio de este año dejaría de publicar caricaturas políticas en las páginas de opinión de su edición internacional. 
Los circuitos periodísticos quedaron perplejos ante el anuncio, mientras que el gremio de moneros de todo el mundo quedó desolado y con muchas preguntas encima. 

¿Es realmente ofensiva y racista la caricatura en cuestión? ¿Estamos perdiendo nuestra capacidad de asombro, y, por ende, nuestro sentido del humor? 
¿Fue una decisión exagerada y políticamente correcta o hay algo más preocupante de fondo? ¿Será este el principio del fin del humor gráfico editorial? 
¿Somos los moneros una especie en peligro extinción?



  •  “No soy antisemita, soy anti sionista”-
  • António Moreira Antunes, caricaturista.



Si bien la caricatura de Antunes juega con los estereotipos (base fundamental para cierto tipo de chistes) al colocar una kipá en la cabeza de Trump y una estrella de David en la correa del perro que representa a Netanyahu, este en ningún momento está condenando a todo un pueblo por sus características raciales y culturales. Su objetivo es ridiculizar la estrecha relación entre dos mandatarios poderosos que, oh ironía, destacan justamente por su racismo declarado. 

Para ciertos sectores sociales que presumen ser de buena conciencia, los símbolos en una imagen son más ofensivos que las palabras y las acciones de líderes políticos que desprecian profundamente los derechos humanos. Al parecer, una vez más, la corrección política cerrando las fronteras de la libertad de expresión.

La era de la hipersuceptibilidad

Desde hace ya algunos años, y, sobre todo, con la irrupción de las redes sociales en la vida cotidiana, el término de “la dictadura de lo políticamente correcto” ha venido a poner en
alerta a los defensores de la libertad de expresión y muy en especial al gremio 
del humorismo. En principio, el concepto de lo políticamente correcto busca moderar el empleo de cierto lenguaje que, a través de su uso y abuso, comenzó a volverse discriminatorio, excluyente y promotor del discurso de odio. Nada mala la idea. 
Sin embargo, con el tiempo, las cosas han comenzado a revolverse y cambiar aparentemente de lugar: Ahora tenemos a algunos grupos liberales y progresistas actuando como censores intolerantes, que condenan todo aquello que les parezca discurso ofensivo en contra de minorías y grupos vulnerables; y en contraparte un sector conservador defendiendo el derecho a expresar sus juicios y prejuicios amparados en la libertad de expresión. Y mientras tanto, el humor entre la espada y la pared.






La policía políticamente correcta
 vs. 
         el discurso de odio como 
bandera de la libertad de expresión.

El humor camina siempre sobre un límite peligroso. Si un chiste es mal contado o mal entendido puede ponerlo a la par del discurso de odio y llevar a quién lo emitió 
directo al paredón del linchamiento mediático. Mofarse de situaciones trágicas o de las características físicas, raciales o culturales de ciertos sectores sociales, no necesariamente representa externar un odio irracional producido por el miedo, los prejuicios y la ignorancia. Básicamente, de lo que se trata es justamente de todo lo contrario. 


George Carlin, el gran genio del stand up comedy, decía que, a su juicio, se pueden hacer chistes de absolutamente todo, incluyendo tópicos difíciles de asimilar, como podría ser, por ejemplo, una violación. Todo depende, decía, de la manera en la que el chiste es construido y el contexto en el que se planté. El humor y la sátira tienen una función en particular: Señalar los vicios y contradicciones de la sociedad en su conjunto. Y aquí no importa la etnia, clase social o preferencia sexual. Todos los seres humanos estamos condenados a tener en nuestro ser un lado virtuoso que nos gusta presumir y otro vicioso que solemos esconder. Y es en este último donde el humorista encuentra su terreno y materia de estudio: La burla como concientización moral. El punto de vista satírico no es un juicio de exterminio, sino un modificador de conductas. Y eso lo diferencia del discurso de odio.
Pero no solo es la policía políticamente correcta la que siente temor de la exhibición que produce la mirada aguda del humor. Los enemigos de la risa crítica son muchos y se creen invencibles.








-¡Qué traje tan magnífico!- 
-¡Qué bordados tan exquisitos! - 
Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo:
-¡Pero si va desnudo!- 

Existen también otros factores que hacen de este oficio algo riesgoso, que puede arruinar la vida de quienes lo ejercen, llevándolos al desempleo, la cárcel, o en casos extremos, la aniquilación violenta:
El fanatismo religioso o ideológico; los gobiernos autoritarios o dictatoriales; y la ambición de intereses económicos que van por encima de las garantías individuales.
Todos recordamos el artero asesinato contra los caricaturistas de la revista Charlie Hebdo a manos de extremistas islámicos en enero de 2015 en París. Hay otros casos, no tan sanguinarios, pero igualmente preocupantes, de moneros que han caído bajo el aplastante peso de la censura y la intolerancia.
El año pasado, el caricaturista editorial del diario Pittsburg Post-Gazatte, Rob Rogers, fue despedido de su casa editorial después de veinticinco años de trabajo, todo por su crítica feroz al presidente más ridículo que han dado los Estados Unidos: Donald Trump.




En Turquía, el caricaturista Musa Kart,es encarcelado 
por el gobierno de Recep Tayyip Erdogan, acusándolo de conspiración terrorista. 
En Ecuador, el colega Javier Bonil fue acosado judicialmente por el gobierno de Rafael Correa. 
Y la lista podría seguir.  
Entre menos democrático sea un gobierno, entre más fundamentalista sea una religión y entre más voraces sean los intereses económicos de algunos sectores de poder, más sensible será su piel ante la crítica ácida del humor gráfico. Y eso es lo que hace a este oficio algo tan necesario: Señalar los abusos y desenmascarar las mentiras de los poderosos. 





Las observaciones de un caricaturista son comparables a la moraleja del famoso cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador. Mientras todos alababan cobardemente al emperador, un niño se atreve a levantar la voz y gritar lo que era obvio y los demás callaban: El emperador va desnudo.




Pero como defensores del libre pensamiento, existe también la responsabilidad de estar conscientes. Los moneros sabemos que nuestro trabajo puede desatar consecuencias catastróficas, no solo para los mismos humoristas sino también para la libertad de prensa. 
Ya que el humor y la caricatura política, como agentes de la crítica social, son expresiones 
subjetivas que pertenecen al orden de los excesos, y cuyo proceder no está exento de caer en errores, son justamente los editores de periódicos y revistas los encargados de evaluar las posibles consecuencias y conflictos que una caricatura pueda provocar. 
Sin embargo, hay una gran diferencia entre decidir no publicar un cartón o censurar un chiste, a cerrar por completo la llave de la libertad. Y esta es la gran duda que preocupa a moneros, periodistas y en general a la libertad de expresión, tras darse a conocer la decisión de The New York Times. 
                                                             
¿Los dibujos satíricos contribuyen a fomentar el odio entre pueblos y personas?
¿No será más bien que se utiliza la corrección política como pretexto, cuando lo que hay en el fondo es un asunto de poder, dinero y control?   






“La libertad de prensa ha cambiado a libertad de empresa.”
Darío Adanti, director y editor de la revista satírica española, Mongolia.


Contestar afirmativamente a la última pregunta del párrafo anterior, es un trabajo que requeriría de una investigación más profunda. Pero si tomamos en cuenta que vivimos bajo la instauración de modelos económicos neoliberales, donde quién busca el mando de los sistemas de gobierno son los dueños de los grandes capitales, y que alrededor del mundo se ha levantado una ola fascista que busca imponer a gobiernos ultraconservadores, no sería descabellado suponer que lo sucedido en el NYT, podría tener algo que ver con la economía que se mueve a grandes escalas, el control de las ideas y el futuro de la comunicación global.



La información no solo es un bien común y un derecho humano. También es un negocio. Por lo que todos los medios informativos, impresos y electrónicos, necesitan de patrocinadores que les permita seguir circulando con libertad y en beneficio de la sociedad. 

¿Pero qué pasa cuando la libre información afecta los intereses políticos o económicos de muchos de los grupos que buscan la acumulación de poder a toda costa? 
La respuesta la sabemos: Ahogamiento financiero, persecuciones judiciales y censura.


El periodismo como uno de los principales promotores de la libertad de expresión, cruza por uno de sus momentos más críticos en su historia: Por un lado, el avance cada vez más grande en los terrenos políticos de un pensamiento ultraconservador que pretende cerrar muchas de las conquistas ganadas en materia de derechos humanos; y por el otro, la crisis del papel impreso ha puesto a caminar al periodismo (y a todos los que dependemos de él) en una cuerda floja.  


“Un fantasma recorre las benditas redes sociales; el fantasma de la desinformación.”

Cuando la era de la tecnología digital, el internet y las redes sociales revolucionaron nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos con el mundo, se le denominó a este fenómeno como la democratización de los medios. Obligó a todos los periódicos y revistas a recrearse en una versión electrónica, con una circulación informativa más inmediata y permitiendo un acceso casi gratuito a su público lector. Esto ha puesto en apuros sus finanzas. Y si a esto le sumamos el descrédito que tenían encima por la falta de confiabilidad en su orden informativo, debido a las ataduras empresariales, el resultado es una crisis severa en los canales de información. Las redes sociales aparecieron 

como un gran oasis de libertad mediática. 
Hoy en día, todo aquel que tenga acceso a internet y una cuenta gratuita en Facebook o Twitter, puede opinar de lo que quiera, 
cuando quiera y como quiera, 
sin necesidad de certificarse 
como periodista.   
Sin embargo, esta democratización ha venido perdiendo terreno gracias al crecimiento de las llamadas noticias falsas (fake news) que se comparten y viralizan como hechos reales, 
y lo que se ha ido conceptualizando como la era de las “post-verdad” con una sola finalidad: Mantener confundida a la opinión pública.

¿Pero quiénes se benefician de esto? 
¿Los mismos que le temen a la libertad de un pensamiento crítico?

“En el mundo demente en el que vivimos, 
el arte del comentario visual se necesita más que nunca. 
Y también el humor.” 
Patrick Chappatte, el último caricaturista 
de The New York Times.

 Estamos ante una gran encrucijada. No solo como caricaturistas o periodistas, sino como sociedad en general. Tal parece que la distopía anunciada desde los textos de Orwell y Huxley, hasta las historias de la serie Black Mirror, son parte ya de nuestra realidad. Pero claudicar ante la lucha de seguir extendiendo el terreno de la libertad de expresión y de pensamiento sería un error imperdonable para el espíritu de nuestra sociedad y  las generaciones que le siguen. 

El humor, como mecanismo de defensa ante los embates del miedo y del control, es parte vital de ese espíritu. La risa es un arma que ilumina la oscuridad, tan poderosa, que siempre han existido quienes la quieren apagar.


“Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente y estoy loco por ella. Algún día averiguaré su significado”
Groucho Marx.